5:55 AM. El despertador suena media hora
tarde, o quizás fui yo que por pasar una larga noche o no querer terminar una
relación de amor incontrolable hacia mi cama, inconscientemente lo apagué para
prolongar ese hermoso romance de fin de semana. El problema no fue ese affaire, nunca lo fue, el
inconveniente que se me planteaba era que todavía ni la mitad de las cosas
estaban en mi bolso y ese particular colectivo que me lleva hacia la
experiencia universitaria en la gran ciudad, en su horario, informaba que pasaría
dentro de 20 minutos por la todavía oscura esquina de la plaza totorense.
Luego de una casi inexistente lavada de
cara y unos malabares matutinos de preparamiento de bolso, saludé rápidamente a
mi vieja y casi propulsado emprendí el camino que me lleva hacia la garita. De reojo
y casi sin querer saber, fichaba durante el camino el reloj de mi celular para
ver si era necesario apurar el paso y así no perder mi transporte, y
lamentablemente si lo era.
Llegando a la esquina, entre las lagañas de
mis ojos distingo a un grupo de personas que al parecer también estaría
esperando el colectivo. Dejo salir un suspiro de alivio y bajo la velocidad
para dar un descanso a mis palpitaciones de nula actividad física. Pensé haber
tenido la suerte de que el colectivo a lo mejor se atrasó un poquito
permitiendo mi irresponsable impuntualidad. Cinco minutos habían pasado del
horario que leí en ese papel con letras azules que te dan en la terminal.
¿Qué pudo haber pasado? Me pregunto. Esos
primeros cinco minutos se habían estirado a quince y ya se empezaba a formar un
clima de hostilidad entre los presentes, se murmuraban algunos insultos y
resoplos de bronca por la situación. Yo todavía no me permitía entrar en ese
grupo, una bondad sorprendente en mi ¿o sería ingenuidad? no quería pensar que
esto fuera culpa de una noble empresa que brinda un servicio tan necesario para
todos nosotros. El celular marcaba 6:35 AM.
Cuando de ese malestar reinante parecía
que se estaba gestando un ataque terrorista a las oficinas rosarinas ubicadas en Lima 735, ese colectivo
con nombre de un ejemplar prócer argentino asoma su trompa por la esquina más
cercana al lugar. A pesar de algunos refunfuños de los pasajeros que esperaban,
parecía que todo se había solucionado, solo unos minutos de demora que no
mataron a nadie y que se solucionarían con una plácida experiencia de viaje en los
cómodos asientos anatómicos que nos brindan en este bello transporte.
-¿A dónde?
Mostrando el carnet y mi billete de 10
mangos que esperaba vuelto, respondo:
- Medio a Rosario por favor.
- 11 pesos.
- ¿Cuándo aumentó?
- Este finde cambiaron las tarifas.
Comprendiendo que un buen servicio
solicita muchos gastos entrego los once pesos convencido que lo que pago vale
cada centavo. Lo único que necesitaba era esa hora y media de sueño en una
buena butaca, estaba realmente cansado.
Caminando por el pasillo encuentro dos
asientos vacíos, los más codiciados, esos que te permiten acomodarte a gusto y
piacere dejándote tranquilo de que con solo una mala actuación haciéndote dormido, el
pasajero que tenga que sentarse al lado tuyo por no molestarte tenga que
acomodar su cuerpo a partir de tu egoísta postura. Todo parecía solucionarse.
El sentarme en ese colectivo me trajo unos
hermosos recuerdos de la infancia, me recordó esas largas tardes sentado en los bancos de
madera terciada de la 242 esperando los recreos para que jugando un popa o un ladrón y policía mi columna se acomode
aunque sea un poco. Estoy seguro de que deben haber estado reacondicionando las
verdaderas butacas, me cuesta pensar que una empresa tan respetable nos haga
viajar de esa manera.
Lo rescatable del viaje es la experiencia
de naturaleza que me hizo vivir, esos chifletes que entraban por las ventanas me
hicieron sentir el aire fresco de una primavera que todavía no es y que quiere
arraigarse al invierno todo lo posible. Eso, junto al accionar de unos
amortiguadores dignos de un karting que en cada pozo o lomo de burro le agregan
una adrenalina no apta para cardíacos, forma un cóctel casi
explosivo de desplazamiento rutero. Una experiencia verdaderamente inolvidable.
Esa hora y media que tardaría el viaje quedo
solamente en un recuerdo de mi imaginación, claramente ese horario nunca pasó
por la cabeza del conductor que todo el tiempo debe haber estado priorizando el
bienestar de los pasajeros y en donde nada tuvo que ver el desempeño del motor
de última generación con el que están equipados los colectivos de esta
intachable empresa de transporte.
El último lomo de burro al entrar en la
terminal rosarina me despertó de una corta siesta de diez minutos que
contrariamente a lo que hubiese querido comenzó llegando al Boulevard Rondeau.
En un estado pseudo-zombie mezclado con jorobado de Notre Dame me levanto de mi
pupitre escolar ambulante y camino por el pasillo cual salida al recreo, para que
al bajarme pueda acomodarme aunque sea un poquito ya que aunque no parezca, el
día recién comenzaba para mi.
Parto para la facultad totalmente seguro de que esta experiencia pasó
una única vez. Trato de rechazar los continuos testimonios de personas que no
quieren creer que esta empresa, esta respetable empresa, utilice la tan
transparente concesión que los hace prácticamente dueños de la ruta 34 para
brindarnos un servicio tan necesario jugando literalmente con nosotros. Yo sé que esto no puede ser así, yo sé que el próximo lunes, no volverá a pasar.
Por Federico Johansen
Por Federico Johansen
1 comentarios:
pa la proxima andate el domingo a las 8!!! es probable que suceda nuevamente jaj ;)
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