miércoles, 13 de junio de 2012

opinión


Cuando la vulnerabilidad es servida en bandeja de cemento  
El naturalizar a las
personas en la calle

Como nos acostumbramos a ver a las personas sin techo como parte natural de la ciudad

Por Federico Johansen 















Sin techo, en situación de calle, homeless, indigentes. La lista utilizada para nombrar a estas personas que se encuentran fuera del sistema que rige nuestra vida cotidiana sigue creciendo como también la forma en el que nosotros miramos naturalmente a estos personajes que adornan las calles de la ciudad.
El miércoles pasado los diferentes medios locales informaban que la temperatura de ese día era la más baja del año y cuando parecía que las estufas enfriaban más de lo que calentaban, el café se convertía en helado y no había bufanda que tape el viento congelado que corría por las calles, salgo y luego de un par de cuadras veo un bulto formado por colchones cartones y frazadas, de esos que como kioscos, hay uno en cada esquina. Pero ese día no pasaba desapercibido como tantos otros, por lo menos para mí, ese día no podía ser un bulto más.
Dos frazadas marrones lo cubrían, acostado, acurrucado en un colchón viejo, sucio. Sólo se podía ver un gorro que por lo gastado que estaba debía ser del mismo año que las frazadas. Ahí estaba él, solo, y a la vez, sin que lo sepa, acompañado. Formando parte de un grupo. Un grupo del cual pocos se preocupan, pocos ven, y en el que pocos se ponen a pensar.
No creo que exista estado más vulnerable en la vida de una persona que el momento en el que duerme, y que si a eso se le agrega la situación de calle, se forma un cartel de fragilidad frente a lo inmenso de la intemperie y la soledad a la que están expuestas estas personas. 
Es difícil ver ese tipo de imágenes y que no generen en uno una sensación de angustia que nos haga actuar de alguna manera para combatir esa situación. Pero no es así, ¿cuántas veces vemos estás fotografías urbanas en nuestra vida cotidiana y no hacemos nada al respecto? Como si nada pasara, como si fuera natural.
Esa no acción, ese mirar para otro lado, esa naturalización, funcionaría a modo de defensa contra nuestra culpa, nuestros prejuicios, tratando de auto convencernos que no se puede hacer nada o que nada tenemos que ver.
Innumerables pueden ser las razones por las que una persona puede quedar sin techo y por lo general no existe una sola razón sino un encadenamiento de factores dentro de los cuales pueden abarcar desde una ruptura en lazos familiares o laborales hasta una enfermedad psicológica por alguna situación traumática que finalice en esas circunstancias. Pero yo no apunto a las razones personales de cada caso ni a la responsabilidad de la sociedad, el Estado y demás instituciones, sino al modo en el cuál el grueso de la población les da la espalda a estos actores de la realidad actual.
Aunque parezca que poco nos importa, muchas veces culpamos a dichas personas por problemas de los cuales nada tienen que ver o que lejos de ser culpables son víctimas de diferentes situaciones alejadas (o no) de nuestra idiosincrasia. Dejando a estos individuos no solo frente a acciones de evasión sino que muchas veces de juzgamiento como otra forma de contrarrestar nuestra culpa y malestar frente a esta realidad de la cual pensamos que estamos totalmente exentos.
Vivimos en una época de egoísmo masificado, de una individualidad impresionante en donde muchas veces se valora más el consumo de un producto a la demostración de sentimientos, en donde una persona que no consume es excluida socialmente dejándola en un escenario de desolación y vulnerabilidad de la cual es muy difícil salir y menos si ésta es ignorada por quien camina a su lado, por el que mira de reojo, como si nada pasara. Como si no fuera una persona, uno más de nosotros.
Estas personas se transforman en invisibles, pasan de la denominación de sujeto a objeto como por arte de magia. Objetos desechables, descartables por los cuales pocos apuestan, pocos se preocupan. Lo que genera un círculo vicioso que encierra a éstas personas de una manera tal en la que quedan recluidos, marginados, apartados de la sociedad.
¿Hasta que punto seguirá sucediendo esto? ¿Cuál será el momento en el que podamos admitir que esta situación no es ajena a nosotros?
Tenemos que partir de tomar al otro como par, de verse reflejado en ese otro y no mirarlo como un ente extraño que nada influye en nuestras vidas planteándonos que si esta así por algo es. Empezar a mirar más allá de lo que vemos, preguntarnos porque suceden las cosas que nos rodean, comprender que no estamos solos y que todos formamos parte de este mundo. Que los derechos que rigen para uno rigen para todos.
Cuando esto empiece a formar parte de nuestra cotidianeidad podremos intentar cambiar el lugar donde vivimos, y entender que no todo lo que forma el paisaje que nos rodea es natural y así eliminar el cliché de que siempre fue así y siempre lo será. Porque tenemos el poder para hacerlo, solo es cuestión de empezar. 

Hoy están todos corriendo

Por Federico Johansen


Fue un día de esos que se necesitan luego de varios teñido de gris, de los que despeinan e inspiran canciones tristes. Fue un día en el que el sol salió temprano calentando este otoño indeciso que a veces es y otras no. Un día en que todos habían salido.Él se encontraba en un terreno que parecía ajeno al de la gente que lo rodeaba, que pasaba a su lado. Personas corriendo y caminando en todo el largo de la costa, de esas que ponen un freno a la hora de comer, las que evitan sus productos, que de alguna manera orientaban sus sentidos para otro lado cuando pasaban junto a él, no se sabe si por pura convicción o reprimiendo ganas a más no poder.El azúcar del pororó, el caramelo de las manzanas y el dulce de leche de los churros desentonaba con su alrededor y sólo algunos valientes, armados con sus equipos de mate se acercaban e interactuaban con él, a la mirada atenta o envidiosa de los corredores. De los que esquivan.Un par de ventas de por medio y una sonrisa gigante de una nena con su algodón de  azúcar, el cual doblaba al tamaño de su cabeza ponían color a su día. Su radio sonaba fuerte mientras la gente pasaba y entre unos que esquivaban y otros que compraban, las sombras de los silos del museo Macro que estaban a su izquierda se acercaban mientras el sol se acostaba.En un momento se sentó, el movimiento de gente había mermado, cruzó sus piernas y esperó, miró, pensó o tal vez solo descansó. Puso sus manos en los bolsillos de su delantal rojo gastado que combinaba con su gorra. Una persona de tez morena y mirada entre tranquila y cansada, se llama Marcos y son cuarenta años los que marca su documento.Hace trece años que tiene el carrito, antes trabajaba de cocinero pero lo echaron “por un quilombo con el jefe”. Va cambiando de lugar el carrito, pero siempre lo pone en la costa, “es donde más se mueve todo”.La sombra del Macro ya había tapado todo el carrito y fue el momento en el que se empezó a preparar las cosas para irse, “acá se pone fresco enseguida”.-¿Ya te vas a tu casa?-Capaz que mueva el carro más allá, pero no tengo muchas ganas, hoy están todos corriendo.





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