Cuando la vulnerabilidad es servida en bandeja de cemento
El naturalizar a las
personas en la calle
Como nos acostumbramos a ver a las personas sin
techo como parte natural de la ciudad
Por
Federico Johansen
Sin techo, en situación de calle, homeless, indigentes. La lista
utilizada para nombrar a estas personas que se encuentran fuera del sistema que
rige nuestra vida cotidiana sigue creciendo como también la forma en el que
nosotros miramos naturalmente a estos personajes que adornan las calles de la ciudad.
El miércoles pasado los diferentes medios locales informaban que la
temperatura de ese día era la más baja del año y cuando parecía que las estufas
enfriaban más de lo que calentaban, el café se convertía en helado y no había
bufanda que tape el viento congelado que corría por las calles, salgo y luego de
un par de cuadras veo un bulto formado por colchones cartones y frazadas, de
esos que como kioscos, hay uno en cada esquina. Pero ese día no pasaba
desapercibido como tantos otros, por lo menos para mí, ese día no podía ser un
bulto más.
Dos frazadas marrones lo cubrían, acostado, acurrucado en un colchón
viejo, sucio. Sólo se podía ver un gorro que por lo gastado que estaba debía
ser del mismo año que las frazadas. Ahí estaba él, solo, y a la vez, sin que lo
sepa, acompañado. Formando parte de un grupo. Un grupo del cual pocos se
preocupan, pocos ven, y en el que pocos se ponen a pensar.
No creo que exista estado más vulnerable en la vida de una persona que
el momento en el que duerme, y que si a eso se le agrega la situación de calle,
se forma un cartel de fragilidad frente a lo inmenso de la intemperie y la
soledad a la que están expuestas estas personas.
Es difícil ver ese tipo de imágenes y que no generen en uno una sensación de angustia que nos haga actuar de alguna manera para combatir esa situación. Pero no es así, ¿cuántas veces vemos estás fotografías urbanas en nuestra vida cotidiana y no hacemos nada al respecto? Como si nada pasara, como si fuera natural.
Es difícil ver ese tipo de imágenes y que no generen en uno una sensación de angustia que nos haga actuar de alguna manera para combatir esa situación. Pero no es así, ¿cuántas veces vemos estás fotografías urbanas en nuestra vida cotidiana y no hacemos nada al respecto? Como si nada pasara, como si fuera natural.
Esa no acción, ese mirar para otro lado, esa naturalización, funcionaría
a modo de defensa contra nuestra culpa, nuestros prejuicios, tratando de auto
convencernos que no se puede hacer nada o que nada tenemos que ver.
Innumerables pueden ser las razones por las que una persona puede quedar
sin techo y por lo general no existe una sola razón sino un encadenamiento de
factores dentro de los cuales pueden abarcar desde una ruptura en lazos
familiares o laborales hasta una enfermedad psicológica por alguna situación
traumática que finalice en esas circunstancias. Pero yo no apunto a las razones
personales de cada caso ni a la responsabilidad de la sociedad, el Estado y
demás instituciones, sino al modo en el cuál el grueso de la población les da
la espalda a estos actores de la realidad actual.
Aunque parezca que poco nos importa, muchas veces culpamos a dichas
personas por problemas de los cuales nada tienen que ver o que lejos de ser
culpables son víctimas de diferentes situaciones alejadas (o no) de nuestra
idiosincrasia. Dejando a estos individuos no solo frente a acciones de evasión
sino que muchas veces de juzgamiento como otra forma de contrarrestar nuestra
culpa y malestar frente a esta realidad de la cual pensamos que estamos
totalmente exentos.
Vivimos en una época de egoísmo masificado, de una individualidad
impresionante en donde muchas veces se valora más el consumo de un producto a
la demostración de sentimientos, en donde una persona que no consume es
excluida socialmente dejándola en un escenario de desolación y vulnerabilidad
de la cual es muy difícil salir y menos si ésta es ignorada por quien camina a
su lado, por el que mira de reojo, como si nada pasara. Como si no fuera una
persona, uno más de nosotros.
Estas personas se transforman en invisibles, pasan de la denominación de
sujeto a objeto como por arte de magia. Objetos desechables, descartables por
los cuales pocos apuestan, pocos se preocupan. Lo que genera un círculo vicioso
que encierra a éstas personas de una manera tal en la que quedan recluidos,
marginados, apartados de la sociedad.
¿Hasta que punto seguirá sucediendo esto? ¿Cuál será el momento en el
que podamos admitir que esta situación no es ajena a nosotros?
Tenemos que partir de tomar al otro como par, de verse reflejado en ese
otro y no mirarlo como un ente extraño que nada influye en nuestras vidas
planteándonos que si esta así por algo es. Empezar a mirar más allá de lo que
vemos, preguntarnos porque suceden las cosas que nos rodean, comprender que no
estamos solos y que todos formamos parte de este mundo. Que los derechos que
rigen para uno rigen para todos.
Cuando esto empiece a formar parte de nuestra cotidianeidad podremos
intentar cambiar el lugar donde vivimos, y entender que no todo lo que forma el
paisaje que nos rodea es natural y así eliminar el cliché de que siempre fue
así y siempre lo será. Porque tenemos el poder para hacerlo, solo es cuestión
de empezar.