martes, 13 de septiembre de 2011

Profesor

Uno entra y lo ve. Es un escritorio relativamente nuevo, moderno se podría decir. Esta parado siempre en el mismo rincón, al fondo a la derecha, al lado del negro grandote, ese al que todos escriben. Está en frente de todos los otros, los que usamos nosotros. Contrario a ellos, alejado de ellos. Me es imposible no pensar si eso le da un aire de superioridad o lo excluye dejándolo completamente solo, diferente a los demás.
Él es diferente a los demás, pero no solo por su forma física. Es diferente porque sobre su superficie pasan todos los archivos de profesores, todas sus enseñanzas y en cierta forma eso lo convierte en el profesor de los nuestros. Los que están en frente.
Pienso si realmente esa es la tarea que le gustaría realizar o esta profesión de educador le es impuesta. Me cuesta pensar que todos los elementos teóricos colocados en él son de su agrado, pienso si en algún momento le hubiese gustado estar en un salón donde se enseñe química o física cuántica, títeres o asistente dental y no tener que escuchar sobre teoría funcionalista, agenda setting o conciencia de clases.
Este “profesor” a la fuerza puede verse obligado a luchar en contra de sus convicciones y gustos, en este caso se ve sumido a la educación profesada por los docentes de esta institución, sin lograr poder pegar un grito de descarga abriendo uno de sus cajones como si por arte de magia aparecieran cuerdas vocales de tiza que le ayuden a expresarse. Ni hablar de salir corriendo hacia un aula que se adecue a su forma de pensar, eso sería muy raro.
Así pasa sus días, quieto, callado, pero pensante, relegado a cumplir la simple función de sostener cosas, sin poder elevar su voz, ni siquiera para defender a sus alumnos cuando éstos son violados con chicles masticados, agua hirviendo de los mates y cantidad de migas de alimentos. Un simple escritorio inmóvil y olvidado. Un simple escritorio, callado e ignorado. 

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