miércoles, 7 de septiembre de 2011

Como cualquier otro

Media falta. Profesores que simulan y alumnos que aparentan, ocultan, actúan. Amigos que no y que sí. Descansos con humo, encuentros y desayunos improvisados. Charlas, debates, discusiones y risas abrazadas a yerba usada derramada en los bancos. Otro día más.

Gente que se confunde, historias que se cruzan, y uno que se viste de consejero como cual payaso al actuar. Es como si existiera alguna licencia que nos permite brindar consejos muchas veces sin saber demasiado, solo por el hecho de alimentar mínimamente nuestro ego, aunque sea un poco.

Cansado, conversando con el estómago y con el sol de sombrero, el mediodía comienza a decirme que es hora de salir. Aroma a pororó con bocinas y ladridos. Cigarrillos y baldosas rotas acompañan mi camino.

Freud le dice a Nietzsche:
- Che loco, con carlitos nos vamos, vos que haces?
- Aguántenme que ahí los acompaño, responde. Y de a poco se fueron yendo de mi cabeza, llevándose con ellos esa vorágine intelectual que de a ratos aparece en mi cabeza. Todo vuelve a la normalidad.
Se fueron, pero no cerraron bien la puerta. Con un mínimo de esperanza creí algo, pero no, no se escapó ninguno de los pensamientos que últimamente recorren mi cerebro jugando a la rayuela, a las escondidas, o en ocasiones, al fútbol con una pelota de trapo, haciéndome pensar cuando no quiero, o cuando quiero pensar que no quiero ¿se entiende? no me importa, total siguen ahí y van a seguir estando.

El sol parece estar cayéndose y las cuadras se me estiran, pero sigo, los semáforos hoy están de mi lado. Voy llegando, parada previa.
- Dos tomates por favor.
- Para salsa o ensalada?
- Ensalada
- son $2.20
- Aquí tiene, nos vemos loco! suerte!
- Chau chau, que tengas buen día!

Como, y mientras una gallega que no conozco y no quiero conocer, me dice que ya actualizó la base de virus, pienso. 
Pienso en la facultad, en mis amigos.
Pienso en abrazos que no fueron y quedaron con sabor a resfrío, pero sin té de limón. En cosas sin decir, en palabras que se guardan y se duermen acariciando la cobardía más natural de cada uno, como si fuera su peluche preferido.

Cuevana deja de cargar y es ahí cuando comienza a sonar el tarareo de Hey Beautiful como invitando a la risa para que entre a la pieza, yo le abro la puerta.
Ahora solo migas en el plato y un mate lavado.  

Solo eso. Esperando. Como cualquier otro.

1 comentarios:

Esrequis Martín dijo...

Esto fue después de una clase de Richard seguro

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